Lucio Poves
Viernes, 6 de enero 2017, 14:21
Don Víctor Cano Cabanillas tenía 88 años y este mes cumpliría los 89; era uno de esos curas de sotana y morral entrañables que, durante su estancia en dos pueblos de la provincia de Badajoz- Pallares y Berlanga - ejerció de manera ejemplar el ministerio sacerdotal y practicó la caza de una forma muy peculiar. Se jubiló como párroco en Berlanga y ha vivido en Los Santos junto a sus sobrinos. Don Víctor era una persona muy sociable y manteniendo tertulia de amigos- mañana y noche- que se reunían cada día de la semana en un bar diferente para también ir haciendo apostolado por barrios.
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Don Víctor que nació en Montemolin- se hizo cazador por ese espíritu evangelizador con el que los sacerdotes recién ordenados salen del seminario. Terminó sus estudios en el Seminario de Badajoz unos meses antes de cumplir los 24 años- era listo e hizo dos años en uno- . En su casa, la caza era cosa de su abuelo materno iba de furtivo en Montemolin- y de sus cuñados. Pero a él -cuando andaba en el seminario al que lo llevaron con 11 años- solo le interesaban los estudios eclesiásticos. Y a Montemolin solo iba en vacaciones.
Don Víctor no caza hasta que llega a su primer destino como párroco: Pallares; un paraíso donde la caza formaba parte de la cultura local.
En los pueblos, además de una necesidad, la caza era una salida. A mí no me gustaba el tresillo, un juego de cartas muy popular entre los curas; ni el dominoasí es que, nada más llegar a Pallares -no había ni luz eléctrica en el pueblo- me fui metiendo en los ambientes cazadores y tuve mi primera escopeta:-una Sarasqueta del doce -y empecé cazando el perdigón. Una modalidad de caza muy de curas y hay ejemplos que así lo atestiguan.
En mi tiempo de Pallares y al principio en Berlanga los curas mandábamos mucho en los pueblo- sonríe- y éramos, junto al alcalde y el comandante de puesto, maestros y médicos, personas muy respetadas y queridas; por eso no fue difícil entrar en esos ambientes y menos que te invitaran a pasar unos días en los cortijos donde se pasaban la temporada del perdigón o que te regalaran un buen pájaroformaba parte de la relación vecino-cura.
Y vaya si había una buena relación; recuerda D. Víctor quien terminó siendo conocido popularmente como el obispo de Pallares- que cuando se acortijaba con sus amigos para cazar el perdigón le ponían a su disposición burra y mozo para que le ayudara en las tareas de preparar el puesto y llevar los arreos.
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Un día el Sr. Obispo me dijo que tenía que cambiar de aires y yo le dije que me mandara a un pueblo en donde hubiese caza: me ofreció Campillo de Llerena pero por circunstancia de un compañero al final hube de marchar a Berlanga donde también abundaban las perdices, los conejos y las liebres. Nada más llegar empecé la relación con muchos cazadores que no estaban organizados porque allí ni había sociedad ni nada que se le pareciese.
Lo primero que hizo Don Víctor en Berlanga en 1.975 - aparte claro de su trabajo en la Parroquia- fue crear la partida de caza -los amigos de los martes- con los que pasó momentos inolvidables; fue el germen de la Sociedad de Cazadores de Berlanga
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Claro que a Don Víctor nunca le han faltado cotos conejeros donde cazar y fue en Berlanga donde- al margen de la sociedad y el de algún amigo- encontró el filón de su vida cazadora.
Y así es como Don Víctor conoció al rey Don Juan Carlos con el que me une- dice- cierta relación; un día, tras la misa, me dijo que quería hacerse una foto conmigo y luego me envió cuatro; cuando falleció su padre le di el pésame por carta y me contestó muy cariñosamente rogándome dijera una misa por él.
De esta manera fue discurriendo la vida cazadora de Don Víctor hasta que los años lo han ido apartando de la primera línea de fuego; con 85 años pudimos acompañarlo a un puesto de perdigón en la Sierra El Calvo y le entraron las perdices; pero como no cumplieron en el sitio que un perdigonero considera justo y necesario, no las tiró; se entretuvo en dar una cabezadita y en rezar por lo bajo, porque Don Víctor ha considerado a la caza como una vía evangelizadora.
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La caza es envidiosa pero amistosa y siempre crea amigos de verdad. Dice con la experiencia de los años.
Por eso en Los Santos acude de vez en cuando con la partida de caza ENSUREX y comparte mesa y mantel y sobre todo la amistad que emana de una persona de conversación ágil y miles anécdotas que contar.
Pero ni la caza ha podido con la otra gran afición de este cura de pueblo: su fe y la vocación que le llamo desde tan niño.
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