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Aurora a pesar de sus problemas de visión, sigue leyendo LUCIO POVES
Aurora Álvarez, una hortelana de postín que estuvo más de 40 años vendiendo en la Plaza de Abastos
GENTE CERCANA DE LOS SANTOS

Aurora Álvarez, una hortelana de postín que estuvo más de 40 años vendiendo en la Plaza de Abastos

AHORA TIENE 92 AÑOS Y LA MEMORIA INTACTA ·

«Desde que me casé mi vida ha sido la de una hortelana que, además de vender, ayudaba a mi marido en la huerta. Me levantaba todos los días a las 5 de la mañana para ordeñar a las vacas y luego cogía a la burra y venia al pueblo a la venta en la Plaza de Abastos.

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Martes, 24 de enero 2023, 11:53

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Aurora Álvarez Gordillo tiene 92 años pero sigue muy activa y a diario acude a misa, la mayoría de las veces cogida del brazo de su única hija Estrella, pero también sola.

«A mí las piernas no me pesan y recorro la casa de arriba abajo varias veces antes de acostarme. Y con mi hija voy de paseo a la Virgen, dos veces por semana, y otros días damos otros paseos. Lo malo es la vista. Casi no veo ya ni para coser desde que tenía 80 años…y eso me limita, pero lo llevo con resignación»- empieza a contar Aurora; una mujer cortita de estatura pero inmensa de memoria, que recuerda, con acierto, fechas y acontecimientos de su vida.

En su casa de la calle Ribera
En su casa de la calle Ribera LUCIO POVES

«Yo nací en la carretera, en la casa de Frasquito; pero mis padres, Esteban y Bernardina, desde mi juventud, vivieron en esta casa que ahora es mía, en el número 24 de la calle Ribera. Esta ha sido mi casa siempre, aunque desde que me casé, viví en las dos huertas que alquilo mi marido: primero la del Castillo y luego la del Puente María Gordillo».

Una niña en la escuela

De niña Aurora fue a la escuela de Doña Josefina y Doña Mercedes en el Altozano y recuerda a sus compañeras de clase: María Ortiz, Rosa Gutiérrez, Isabelita Pérez….

«Yo me salí pronto de la escuela, pero no he dejado de machacar toda mi vida con la lectura, la escritura y las cuentas». De hecho, ayudada con una lupa, Aurora lee libros, sus oraciones y practica la escritura en una pizarra.

«Lástima que ya no veo casi nada pero siempre me las arreglé para leer y escribir correctamente. Ahora esto me sirve para entretener la memoria»- nos dice orgullosa.

En los tiempos de su niñez y juventud, las cosas no eran sencillas y, en una familia de cuatro hermanos, se las tenían que ingeniar para tirar para adelante.

De niñera

«Yo con 12 o 14 años estuve de niñera para dos o tres familias del pueblo y me daban una jícara de chocolate y pan todos los días y, supongo, algún dinerillo que venía muy bien en casa. Mi hermana empezó por entonces a trabajar con Pepe Rico, pero mi padre no quiso que yo entrara a servir en ninguna casa» .Con 15 años estuvo en uno de los cortijos del Palomar atendiendo a dos vecinos que vivían allí.

«Era la señorita de compañía de Doña Luisa que vivía en el cortijo con Celestino, su marido»

Ya más crecidita, se puspo a coser en el taller de Antonio el sastre.

«En el taller aprendí a coser y luego estuve también como costurera en el de Arturo, en la calle Franco, y el de Diego Duran en la calle San Miguel».

Cuenta Aurora que, años después, comenzó a salir con el que llegaría a ser su marido.

En esta vieja cántara llevaba la leche
En esta vieja cántara llevaba la leche LUCIO POVES

Las huertas

«Yo tenía 29 años cuando me case, tras cinco años de novios, con Manuel Llerena en el año 1959. Él era hortelano y aprovechaba la temporada de la vendimia y la aceituna para sacarse un jornal. Al principio nos vinimos a vivir a la casa de mis padres, ésta del número 24 de la calle Ribera donde sigo viviendo, y que fue de la Chacha, una hermana de mi abuela. Aquí residimos los dos primeros años de casados, pero mi marido quería independencia y arrendamos una huerta»

La huerta que arrendaron Manolo y Aurora fue la del Castillo que aun hoy se encuentra casi tal como estaba en aquellos años.

«Ahí estuvimos unos 10 años, con agua abundante. Pagábamos 9.000 pesetas al año Compramos un becerro que nos costó 1.500 pesetas, luego engordamos y vendimos por 9.500 y más adelante, con ese dinero, nos hicimos de una vaca para completar los productos que salían de la huerta: verduras de todas clases, leche de las vacas, huevos, conejos, gallos para la Navidad, ovejas…En fin, lo que se dicen los productos de una huerta que yo vendía en la plaza de abastos de Los Santos a la que acudía a diario, incluso los domingos, montada en mi burra, 'La Parda', con un serón, hiciera frio o calor, pasando el paso a nivel del ferrocarril por la vieja carretera. Cuando mi hija empezó a venir a la escuela, al colegio Juan Blanco, yo la traía en mi burra. Recogía el resto de la mercancía que mi marido me dejaba el día antes en la casa de mis padres, ésta en la que vivo, y me iba a la plaza con la niña; a la hora de entrar a la escuela la llevaba y volvía a la venta». Luego, a la salida de la escuela, eran los vecinos de las huertas cercanas que volvían por las tardes, quienes le llevaban a la niña.

Aurora y su hija Estrella
Aurora y su hija Estrella Lucio Poves

La plaza de abastos

Aurora llegó también a vender leche – de las dos o tres vacas- a las vecinas y en algunos puntos del pueblo.

«Desde que me casé mi vida ha sido la de una hortelana que, además de vender, ayudaba a mi marido en la huerta. Me levantaba todos los días a las 5 de la mañana para ordeñar a las vacas y luego cogía a la burra y venia al pueblo a la venta en la Plaza de Abastos, Hacía quesos cuando la leche, por abril, abundaba y estaba siempre pendiente de los animales. En la plaza entonces había una gran vida; venían incluso clientes de Zafra». Comenta Aurora

«El Romanero y 'Castillina' eran los encargados de cobrarnos diariamente el puesto, 10 reales por día. Abrían a las seis de la mañana y, entre las compañeras hortelanas estaban: Evarista, Manuela la del moño gordo, María, Isabel, María Juana, La Garria, Quica la Gorriata…y en los puestos de mampostería: Nicasio con sus pollos, Quico el del comercio, Cesáreo el carnicero, Manolo Morato… en el exterior Fernanda la jeringuera y los Cárdenas que vendían el pienso…y los pescaderos… Sánchez, el Sr. Pedro.,..»

Aurora, en su primera huerta, vivió unos 10 años y luego arrendaron la del Puente de María Gordillo.

«Era más cercana al pueblo y cómoda, aunque la casa de la primera huerta era más confortable; en la de María Gordillo estuvimos viviendo hasta después de la jubilación. Ambas casas contaban con sus chimeneas. Nos alumbrábamos con carburo o bombonas de camping- gas y últimamente con placas solares. Nunca llegamos a tener luz en ninguna de las dos huertas. La del puente María Gordillo era más cara, 25.000 pesetas anuales. Contábamos con nuestras vacas, dos guarros- uno para nosotros y otro para vender en su fecha de la matanza- y seguí siempre vendiendo en la plaza hasta que la huerta empezó a quedarse sin agua, cuando se abrieron los pozos de captación en la zona del Castillo».

Se fue el agua

La falta de agua en la huerta del puente María Gordillo la suplieron, en parte, por la que le dejaban los Tinoco que todavía tenían agua en su huerta lindera, hasta que también se les secó el manantío.

«La huerta producía menos y deje de ir a la plaza. La poca verdura la vendía por algunas casas con un carrito de la compra porque ya tampoco tenía la burra»- comenta Aurora.

Y así siguió su vida hasta después de la jubilación en la que, definitivamente, dejan la huerta para empezar a vivir en la casa número 24 de la calle Ribera- para ella la calle de la Cruz- . La misma casa de su tía, la Chacha, hermana de su abuela, donde vivieron con sus padres recién casados y en la que hacia escala para recoger la verdura que, por las noches, le dejaba su marido Manolo para vender en la plaza; la misma casa donde preparaba a su hoja Estrella para llevarla a la escuela.

Con su hija siempre

«Mi hija nació en Badajoz, el día de año nuevo de 1964. Yo me puse de parto el día antes preparando un pavo que tuve que dejar para irme corre que te corre en el taxi a Badajoz. Mi hija Estrella está casada y ahora vive en un piso arriba y yo abajo, sola desde que murió Manolo. No tengo nietos. Pero aquí me tienes, siempre entretenida y saliendo mucho para que la mente esté siempre activa. He sido alumna hasta antes de la pandemia, de la escuela de alfabetización de adultos. Ahora acabo de rezar las oraciones después de dar un paseo…y esta tarde, a misa.» Comenta Aurora, siempre con la sonrisa en la boca.

Criada y viviendo siempre en esta calle de la Cruz, Aurora es una de las vecinas que siguen la tradición de vestir, por mayo, la Cruz de Piedra que, a diario, ella veía cuando desde la huerta llegaba al pueblo en su burra. Una cruz que ahora sigue viendo y rezando cada vez que sale de su casa, porque la tiene justo al lado.

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